martes, 30 de octubre de 2007

70% de los capitalinos: “la ley de protección a no fumadores sólo es otro pretexto para la corrupción”

[Milenio Diario, 15 de octubre de 2007, p. 33.]

Antes que todo quiero aclarar que el 78% de los que participaron en esta encuesta no fuman (aprovecho para confesar que yo estoy con el otro 22%), y por lo tanto las opiniones que recogimos pertenecen en una inmensa mayoría a los que supuestamente pretende proteger la nueva ley de salud promulgada por la Asamblea del DF.

Aclarado lo anterior subrayo:

1. Que los no fumadores —y también los que no fumamos— están mucho más preocupados por los daños que les pueden causar las personas que consumen bebidas alcohólicas en lugares públicos que los que les podamos causar los fumadores que nos atrevemos a fumar a su lado.

2. Que la inmensa mayoría entiende que cumplir cabalmente con esta ley es prácticamente imposible, por lo que su promulgación sólo sirve para que los inspectores tengan otro pretexto para llenarse los bolsillos de mordidas.

3. Que existen muchos asuntos de mayor prioridad para los capitalinos, asuntos sobre los que la Asamblea debería estar legislando antes de meterse a promulgar leyes que nadie les está demandando y que además no se pueden llevar a la práctica.

Vivimos en un país en el que sólo el 2% de los delitos que se cometen acaban siendo sancionados, y eso considerando sólo los delitos que se denuncian; donde cada vez son más los asuntos políticos, ideológicos, económicos y de clase que nos enfrentan unos con otros; donde el consumo de drogas y el abuso con las bebidas alcohólicas están cada vez más presentes entre los jóvenes, entre quienes aumenta también el número de suicidios y las enfermedades obsesivas por no comer o vomitar lo que se ha comido.

¿De verdad los señores legisladores piensan que resulta de la mayor prioridad en medio de este escenario social legislar para que se levanten muros entre los que fumamos y los que no lo hacen, o sólo se entretienen haciendo leyes inútiles para distraer la atención de los ciudadanos, suponiendo que así nos daremos cuenta de su absoluta incapacidad para hacer cumplir las leyes vigentes, o para crear un marco legislativo que medianamente solvente los problemas que son realmente importantes? Es pregunta.

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Nota metodológica Encuesta telefónica realizada el 13 de OCTUBRE, considerando 500 entrevistas a personas mayores de 15 años seleccionadas mediante un muestreo aleatorio simple sobre el listado de teléfonos del Distrito Federal. Con el 95% de confianza, el error estadístico máximo que se tiene es de +/- 4.5%

mariadelasheras@demotecnia.com

María de las Heras

jueves, 25 de octubre de 2007

Roberto Madrazo: reflexión serena sobre un linchamiento deportivo

Dos de las tres medallas que recibí por correr, completo, el Maratón de la Ciudad de México

No soy priísta, ni mucho menos madracista, pero sí soy corredor y maratonista, y cuando leí el cúmulo de artículos y comentarios sobre la participación de Roberto Madrazo en el maratón de Berlín, celebrado el sábado 29 de septiembre de este año, me indigné y —peor— me puse triste, porque no se trata de una justa política ni de un debate ideológico sino de algo mucho más personal, íntimo: el reto que un deportista establece para sí mismo.

Un maratón es una prueba en extremo difícil para cualquier corredor, incluso para los profesionales. Yo sólo he corrido en cinco y he completado cuatro. Uno de ellos fue el maratón a campo traviesa de la Ciudad de México a Cuernavaca —el maratón “Rover”—, con un recorrido aún más largo que el tradicional de 42.195 kilómetros. Mis tiempos no han sido nada espectaculares pero tampoco vergonzosos, y los de Roberto Madrazo —un año mayor que yo— son mejores que los míos, entre 10 y 25 minutos (nada despreciables), ¡y él ha participado en 36! Este solo dato infunde respeto.

Aunque siempre consideré a Madrazo como un adversario en términos políticos, alguien que representa lo que menos me gusta de la vida pública en México, como corredor lo sentía como compañero, igual que Ernesto Zedillo y hasta Carlos Salinas, que también son —o eran— corredores. El deporte, pues, nos hermana a todos porque enfrentamos, de manera igual, los mismos desafíos sobre el mismo terreno y con el mismo equipo: el que Dios tuvo a bien entregarnos, y el que nosotros debemos cuidar.

Por eso me puse triste al leer los comentarios sobre la trampa que hizo el político tabasqueño para, supuestamente, ser el primero en su categoría de master. “¡Qué falta hacía! —me dije, incrédulo—. ¿A quién quería engañar?”. Y, por supuesto, después uno ataba cabos y extrapolaba su trampa deportiva a la vida política —o viceversa— y todo tenía sentido.

Después leí la insersción que pagó Roberto Madrazo en el periódico Milenio (y quizás en otros), para explicar su comportamiento. Pienso, ahora, que tal vez habría que darle el beneficio de la duda. Explicaré por qué.

Yo no estaba allí ni hablé con Madrazo antes de la competencia, pero éste afirma que nunca pretendió correr los 42.195 kilómetros porque llegó “lastimado”. Uno, con la cabeza fría, puede preguntarse por qué correría si estaba lastimado, pero a veces pasa: uno se encuentra tan mentalizado para la competencia, que no correr representaría un fracaso, mientras que correr más despacio, o menos distancia, sería una manera de participar en un plano más modesto, como si fuera un entrenamiento relajado, sin perderse el ambiente de camaradería festiva. Lo entiendo y acepto porque también lo he hecho: a veces correr leve es mejor que no correr cuando se anda un poco traqueteado. Según él, la recomendación médica anterior había sido “descanso”, pero no pudo reprimirse, fue a Berlín, corrió… y llegó hasta el kilómetro 21, donde no pudo más. Clásico…

El tabasqueño también afirma que tras aventar la toalla (resultado que había anticipado), se encaminó “directo a la Meta [sic] por mi ropa y mi medalla de participación, misma que se entrega a todos los corredores sin excepción”. Esto puede ser cierto, o no…, según aclararé más adelante. En el único maratón que no terminé, el cual corrí al lado de Vicente Quirarte —el primero para ambos— nos dimos por vencidos en el kilómetro 33: yo me estrellé contra el muro. Creo que Vicente podría haber llegado más lejos, o incluso podría haber terminado con un buen tiempo, pero se solidarizó conmigo, ambos cubrimos los pocos metros que nos separaban del McDonalds que está sobre el Periférico en Polanco (se trata del Maratón Obrero, patrocinado por el CTM, no el de la Ciudad de México) y ahí nos tomamos unas coca-colas bien frías que nos supieron a gloria, para abusar de un lugar común que bien merecíamos en ese momento.

En esa ocasión jamás se me ocurrió llegar por “mi medalla”, precisamente porque no habría sido mía. Cuando uno recoge la medalla, no es porque ganó sino porque terminó. Y yo no la terminé. Y hasta donde yo sé, si uno no termina el maratón de la Ciudad de México, tampoco recoge medalla, pero puedo estar equivocado. Aquí reproduciré lo que la página oficial del Maratón de Berlín (http://www.real-berlin-marathon.com/events/berlin_marathon/2007/informationen.en.php) expone acerca del otorgamiento de medallas: “Awards / All participants will receive a medal at the finish line (until the finish is closed)”. Traduccion: “Premios / Todos los participantes recibirán una medalla en la meta (hasta que la meta se haya cerrado)”.

El lenguaje es ambiguo. ¿Todos los participantes recibirían una medalla en la meta, aunque no llegaron a ella corriendo (o caminando en todo caso) tras haber seguido respetuosamente toda la ruta de 42.195 kilómetros? ¿Basta con solo estar inscrito y haber corrido unos cuantos metros, o 21 kilómetros (el caso de Madrazo), para posteriormente llegar a la meta antes que ésta se haya cerrado?

Si esto último es cierto, que se otorgan medallas por “participar”, sean cuales fueran los kilómetros cubiertos, Roberto Madrazo está en su derecho de sentirse linchado por la prensa. ¿Qué pienso? Habría que darle el beneficio de la duda mientras no tengamos claro este último dato. Un corredor tan dedicado como él difícilmente cometería una trapaza de ese tamaño y con ese grado de futilidad: no había nada que ganar y —como la reacción lo ha demostrado— todo que perder.



martes, 23 de octubre de 2007

¡Celebrando las primeras 10 mil visitas!

México, DF. 29 de septiembre de 2007--. ¿Quién dice que los mexicanos no leemos? La Caja Resonante ha tenido más de 10 mil lectores a partir del 5 de mayo de este año, lo cual indica el interés que sí existe por la lectura, y no sólo en México. El problema está en cómo el sistema de mercado ha convertido el libro en una mercancía más, objetos sin personalidad, sin alma y --válgame Dios-- sin importancia real para los lectores potenciales, aquellos que sólo comprarían un libro porque las modas de consumo los manipulan en ese sentido. (Piénsese en The DaVinci Code, et al).

También entiendo que el éxito de esta página se debe a que la gente está trascendiendo las fronteras tradicionales del libro como símbolo y vehículo principal de transmisión de conocimiento. La blogósfera está llena de posibilidades de lectura, de calidades muy diversas. Esto debe celebrarse, pero depende de nosotros hacer que la voz corra para que todos podamos hallar lo que realmente vale la pena, lo que nos lleve más allá del mero entretenimiento y que estimule el pensamiento, el análisis, la crítica y --en términos generales-- el crecimiento personal. Y también (¡como que no!) vale el entretenimiento... Pero que las megacorporaciones no quieran darnos gato por liebre: la literatura, y el arte en general, no es circo ni enchílame otra.

Los libros se transforman, el internet se transforma y nosotros también. Pero lo que no cambia --o no debe cambiar-- es el rigor con el cual pensamos. Que nuestras herramientas realmente sean útiles y no meros mecanismos de control o apaciguamiento, los "chupones" que La Autoridad mete en las bocas de ciudadanos potencialmente "disruptivos" (esta palabra sí está en el DRAE, para mi sorpresa, pero con aplicación científica). Éste ha sido el papel de la televisión en la mayor parte del mundo.

Nosotros, quienes navegamos diariamente por el ciberespacio, debemos defenderlo de los embates de las megacorporaciones trasnacionales que planean constantemente cómo apoderarse de este espacio público sin afán de lucro sino de compartir el conocimiento y reflexionar sobre la realidad, la irrealidad, el deseo y aquello que no deseamos.

¡Enhorabuena! Y que siga la mata dando...

jueves, 11 de octubre de 2007

The Rio Grande Rises

October 1, 2007, The New York Times

The Rio Grande Rises

As usual, there was much commentary in the news media about poverty's intractability: today's poverty rate is hardly lower than it was in 1968, when it was about 12.8 percent.

But a closer look at the experience of one group, Hispanics, tells a very different story. As a group, Hispanics are enjoying substantial economic progress. Their poverty rate has dropped by a third from its high 12 years ago, falling from 30.7 percent in 1994 to 20.6 percent in 2006.

These numbers come from the Census Bureau's Current Population Survey, widely used by pro- and anti-immigration groups alike as a reasonably reliable source of information about illegal as well as legal immigrants. They show that although Hispanics still have a long way to go to achieve the full promise of the American Dream, as a group they are clearly on the economic up escalator.

In the past 30 years, the United States has experienced a tremendous amount of immigration, predominantly Hispanic. In 1975, a little more than 11 million Hispanics made up just over 5 percent of the population. Today's nearly 45 million Hispanics are now about 15 percent of the country.

This influx of Hispanics has resulted in a higher poverty rate in the United States, mainly because many immigrants are low-skilled workers and women with young children. If the proportion of Hispanics in the population in 2006 had been the same as it was in 1975, then the overall American poverty rate in 2006 would have been 7 percent lower (11.4 percent rather than 12.3 percent). That would be 2.4 million fewer people, all Hispanics, in poverty.

This rough calculation leaves out the indirect impact that Hispanics have had on the job prospects and earnings of other low-skilled workers, especially African-Americans, probably keeping more of them in poverty. Economists argue about the size of this effect, but we see evidence of it all around us.

Consider the Hispanic success in obtaining skilled, blue-collar jobs, as measured by the census category for precision production, craft and repair occupations. From 1994 to 2006, as the total number of these jobs grew, the percentage held by whites fell from 79 percent to 65 percent. The percentage held by blacks remained constant at about 8 percent, and the percentage held by Hispanics more than doubled, rising to 25 percent from 11 percent. As whites left these relatively well-paid jobs, Hispanics rather than blacks moved into them.

Between 1994, the high point for Hispanic poverty, and 2006, the last year with comprehensive data, median Hispanic household income rose 20 percent, from about $31,500 a year in 2006 dollars to about $37,800 a year. The median income of Hispanic individuals rose 32 percent, to about $20,500 from about $15,500.

These incomes do not make Hispanics wealthy, of course, but they did allow about 70 percent of them to send remittances home last year. According to the best estimate, the total sent was $45 billion -- $4 billion more than the entire amount distributed to Americans by the Earned Income Tax Credit.

One explanation for this economic progress is increased education. From 1994 to 2005, the percentage of 18- to 24-year-old Hispanics who graduated from high school or obtained a general equivalency diploma rose to about 66 percent from about 56 percent. About 25 percent are now enrolled in college, up from about 19 percent in 1994. Hispanics are moving rapidly into many management, professional and other white-collar occupations.

Because of the large and continuing influx of usually low-skilled Hispanic immigrants, economists have expected the poverty rate among Hispanics to rise or at least to remain flat. Instead, it is falling. However one feels about immigration, the falling Hispanic poverty rate testifies to the ability of Hispanic immigrants to take advantage of the opportunities that they have found in this country.

Towns Rethink Laws Against Illegal Immigrants

September 26, 2007, The New York Times

Towns Rethink Laws Against Illegal Immigrants

Este artículo se refiere a la entrada "Los Estados Unidos del Absurdo", y allí se encuentra la fuente completa.


A little more than a year ago, the Township Committee in this faded factory town became the first municipality in New Jersey to enact legislation penalizing anyone who employed or rented to an illegal immigrant.

Within months, hundreds, if not thousands, of recent immigrants from Brazil and other Latin American countries had fled. The noise, crowding and traffic that had accompanied their arrival over the past decade abated.

The law had worked. Perhaps, some said, too well.

With the departure of so many people, the local economy suffered. Hair salons, restaurants and corner shops that catered to the immigrants saw business plummet; several closed. Once-boarded-up storefronts downtown were boarded up again.

Meanwhile, the town was hit with two lawsuits challenging the law. Legal bills began to pile up, straining the town's already tight budget. Suddenly, many people -- including some who originally favored the law -- started having second thoughts.

So last week, the town rescinded the ordinance, joining a small but growing list of municipalities nationwide that have begun rethinking such laws as their legal and economic consequences have become clearer.

''I don't think people knew there would be such an economic burden,'' said Mayor George Conard, who voted for the original ordinance. ''A lot of people did not look three years out.''

In the past two years, more than 30 towns nationwide have enacted laws intended to address problems attributed to illegal immigration, from overcrowded housing and schools to overextended police forces. Most of those laws, like Riverside's, called for fines and even jail sentences for people who knowingly rented apartments to illegal immigrants or who gave them jobs.

In some places, business owners have objected to crackdowns that have driven away immigrant customers. And in many, ordinances have come under legal assault by immigration groups and the American Civil Liberties Union.

In June, a federal judge issued a preliminary injunction against a housing ordinance in Farmers Branch, Tex., that would have imposed fines against landlords who rented to illegal immigrants. In July, the city of Valley Park, Mo., repealed a similar ordinance, after an earlier version was struck down by a state judge and a revision brought new challenges. A week later, a federal judge struck down ordinances in Hazleton, Pa., the first town to enact laws barring illegal immigrants from working or renting homes there.

Muzaffar A. Chishti, director of the New York office of the Migration Policy Institute, a nonprofit group, said Riverside's decision to repeal its law -- which was never enforced -- was clearly influenced by the Hazleton ruling, and he predicted that other towns would follow suit.

''People in many towns are now weighing the social, economic and legal costs of pursuing these ordinances,'' he said.

Indeed, Riverside, a town of 8,000 nestled across the Delaware River from Philadelphia, has already spent $82,000 defending its ordinance, and it risked having to pay the plaintiffs' legal fees if it lost in court. The legal battle forced the town to delay road paving projects, the purchase of a dump truck and repairs to town hall, officials said. But while Riverside's about-face may repair its budget, it may take years to mend the emotional scars that formed when the ordinance ''put us on the national map in a bad way,'' Mr. Conard said.

Rival advocacy groups in the immigration debate turned this otherwise sleepy town into a litmus test for their causes. As the television cameras rolled, Riverside was branded, in turns, a racist enclave and a town fighting for American values.

Some residents who backed the ban last year were reluctant to discuss their stance now, though they uniformly blamed outsiders for misrepresenting their motives. By and large, they said the ordinance was a success because it drove out illegal immigrants, even if it hurt the town's economy.

''It changed the face of Riverside a little bit,'' said Charles Hilton, the former mayor who pushed for the ordinance. (He was voted out of office last fall but said it was not because he had supported the law.)

''The business district is fairly vacant now, but it's not the legitimate businesses that are gone,'' he said. ''It's all the ones that were supporting the illegal immigrants, or, as I like to call them, the criminal aliens.''

Many businesses that remain are having a hard time. Angelina Guedes, a Brazilian-born beautician, opened A Touch From Brazil, a hair and nail salon, on Scott Street two years ago to cater to the immigrant population. At one point, she had 10 workers.

Business quickly dried up after the law against illegal immigrants. Last week, on what would usually be a busy Thursday afternoon, Ms. Guedes ate a salad and gave a friend a manicure, while the five black stylist chairs sat empty.

''Now I only have myself,'' said Ms. Guedes, 41, speaking a mixture of Spanish and Portuguese. ''They all left. I also want to leave but it's not possible because no one wants to buy my business.''

Numerous storefronts on Scott Street are boarded up or are empty, with For Sale by Owner signs in the windows. Business is down by half at Luis Ordonez's River Dance Music Store, which sells Western Union wire transfers, cellphones and perfume. Next door, his restaurant, the Scott Street Family Cafe, which has a multiethnic menu in English, Spanish and Portuguese, was empty at lunchtime.

''I came here looking for an opportunity to open a business and I found it, and the people also needed the service,'' said Mr. Ordonez, who is from Ecuador. ''It was crowded and everybody was trying to do their best to support their families.''

Some have adapted better than others. Bruce Behmke opened the R & B Laundromat in 2003 after he saw immigrants hauling trash bags full of clothing to a laundry a mile away. Sales took off at his small shop, where want ads in Portuguese are pinned to a corkboard and copies of the Brazilian Voice sit near the door.

When sales plummeted last year, Mr. Behmke started a wash-and-fold delivery service for young professionals.

''It became a ghost town here,'' he said.

Immigration is not new to Riverside. Once a summer resort for Philadelphians, the town became a magnet a century ago for European immigrants drawn to its factories, including the Philadelphia Watch Case Company, whose empty hulk still looms over town. Until the 1930s, the minutes of the school board meetings were recorded in German and English.

''There's always got to be some scapegoats,'' said Regina Collinsgru, who runs The Positive Press, a local newspaper, and whose husband was among a wave of Portuguese immigrants who came here in the 1960s. ''The Germans were first, there were problems when the Italians came, then the Polish came. That's the nature of a lot of small towns.''

Immigrants from Latin America began arriving around 2000. The majority were Brazilians attracted not only by construction jobs in the booming housing market but also by the presence of Portuguese-speaking businesses in town. Between 2000 and 2006, local business owners and officials estimate, more than 3,000 immigrants arrived. There are no authoritative figures about the number of immigrants who were -- or were not -- in the country legally.

Like those waves of earlier immigrants, the Brazilians and Latinos triggered conflicting reactions. Some shopkeepers loved the extra dollars spent on Scott and Pavilion Streets, the modest thoroughfares that anchor downtown. Yet some residents steered clear of stores where Portuguese and Spanish were plainly the language of choice. A few contractors benefited from the new pool of cheap labor. Others begrudged being undercut by rivals who hired undocumented workers.

On the town's leafy side streets, some residents admired the pluck of newcomers who often worked six days a week, and a few even took up Capoeira, the Brazilian martial art. Yet many neighbors loathed the white vans with out-of-state plates and ladders on top parked in spots they had long considered their own. The Brazilian flags that flew at several houses rankled more than a few longtime residents.

It is unclear whether the Brazilian and Latino immigrants who left will now return to Riverside. With the housing market slowing, there may be little reason to come back. But if they do, some residents say they may spark new tensions.

Mr. Hilton, the former mayor, said some of the illegal immigrants have already begun filtering back into town. ''It's not the Wild West like it was,'' he said, ''but it may return to that.''